
La lluvia resbalando ligeramente sobre mi cuerpo, poco a poco calaba mi ropa y me quedaba totalmente empapada, pude sentir tantas veces esa misma sensación que he perdido la cuenta. Tiene como efecto convertirme en un títere en medio de ella, dominado por su fuerza, como si fuera la dueña de mis hilos y pudiera hacer cuanto quisiera conmigo, débil ante su dominio. En ocasiones se transformo en tormentas que me ahogaron, dejándome herida e irónicamente vaciá, rodeada de agua que reflejaba recuerdos con los que me retorcía de dolor por nostalgia. Pero también hubo ocasiones en las que se convirtió en dulces gotas que acariciaron mi piel con ternura. Se podría decir que la balanza estaba equilibrada, en cambio la realidad es que la suavidad de las gotas recompensaba cada una de las heridas de la tormenta anterior y parte de la que estaba por venir tras ese periodo de calma. Y por ello me mantenía en la misma posición, tirada en la calle bajo la lluvia, fijada por aquellos hilos, con miedo a que algún día se rompiesen, en espera de que volviera la calma y con la esperanza de que esta vez la tormenta no acabara conmigo y todas las heridas fueran de nuevo recompensadas. "Quizás algún día se terminen las tormentas", pensaba aquel pobre títere.
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