Lo que queremos nos lleva por caminos erróneos en los que solemos someternos a nosotros mismos. En ellos comprobamos que somos capaces de todo por llegar a nuestro propósito, nos deja de importar lo que hacemos si con ello conseguimos aunque sea una mínima parte, dejamos de tener un limite donde parar o al menos nos encontramos lejos de alcanzarlo, porque cuando creemos que ya no soportamos la situación nos vemos a nosotros mismos de nuevo a contracorriente para conseguir aquello que anhelamos. Pero a lo largo de ese camino aun hay momentos de lucidez, en los que te das cuenta que corres a ciegas en un campo lleno de minas y que la mayoría están explotando a tus pies y es entonces cuando te planteas escoger el otro camino, el adecuado. El que no quieres, pero que sabes que a larga es el único que realmente hará que abandones esa maldita manía de dejar que te bombardeen y que tu mismo lo hagas. Eliges, cambias tu rumbo, y por unas milésimas de segundo sientes tranquilidad y sabes que hiciste lo que debías. Guarda ese momento para siempre, apoyate en él, porque después solo querrás retroceder y seguramente harás todo lo posible para hacerlo.
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